Vaya por delante que este artículo no es más que una reflexión en voz alta y no un señalamiento a algún movimiento social en concreto. La lucha por la vivienda es constante, y el trabajo del dia a dia nos impide movernos unos pasos hacia atrás y reflexionar sobre nuestras rutias, pautas o protocolos con la exhaustividad que deberíamos. Espero que estas palabras no levanten ampollas ni rencor, puesto que su único interés es hacernos reflexionar a todas sobre el papel de los movimientos sociales en el derecho a la vivienda.
Es muy frecuente ver en las redes sociales de los colectivos (en la nuestra también) un mensaje casi siempre constante: “Desahucio parado”, “la familia se queda”, “si se puede”, “no pasarán”. Descargamos la adrenalina y el sabor de la victoria en ese mensaje, reivindicando el trabajo colectivo como herramienta de gestión de los problemas del barrio, o lanzando un grito al aire contra la propiedad que creían que tenían en frente una familia desprotegida. Sea como fuere, acabamos por anunciar la suspensión de un desahucio como una noticia maravillosa, llena de empoderamiento popular y triunfalismo.
Pero si desgajamos y apartamos el velo de alegría y victoria, podemos ver también otras cosas.
La primera es que analizado con frialdad lo sucedido, lo único que se ha conseguido es postergar unos meses más la agonía y sufrimiento de la familia. Segundos después de confirmarse la suspensión del desahucio la comitiva judicial dicta una nueva fecha, y el cronómetro vuelve a contar inexorablemente hacia atrás. La propiedad no ha ofrecido una alternativa habitacional, la administración tampoco y el juzgado no tiene vistas de aminorar la marcha ni intención de evaluar la situación de vulnerabilidad de la familia.
Simple y llanamente hemos ganado tiempo.
Que no se nos malinterprete, ganar tiempo es un hecho fundamental para plantear una estrategia que sirva a la familia. Nos permite hacer trámites, presionar a la propiedad y la administración, llamar a la prensa… El tiempo cobra mayor importancia cuando muchos de los casos que llegan a la asamblea son casos con un desahucio a las puertas, donde existe muy poco margen de maniobra si no se trabaja sin descanso.
Pero a fin de cuentas no nos engañemos, parar un desahucio no es la victoria que pintamos (muchas veces, como hemos dicho, inconscientemente, a causa de la euforia del momento o las ganas de compartir una victoria colectiva). Es un comienzo, un paso hacia adelante, pero en ningún caso se ha solucionado el problema, solo lo hemos postergado.
La segunda cuestión que vemos que se produce cuando se para un desahucio es que hemos hecho un favor a la administración, gratuitamente además. Si convertimos el problema de una familia únicamente en nuestro problema y no señalamos y actuamos contra la administración como causante del daño causado, le estamos salvando las papeletas.
Se apuntará el tanto en su base de datos de excel, dirá a los medios que en sus barrios este mes no ha habido desahucios y sacará pecho como garante de las injusticias sociales.
Si pervertimos nuestra labor y convertimos las asambleas y colectivos de vivienda en una estructura exclusiva anti-desahucios que su única función consista en verlas venir y poner el cuerpo de las militantes frente a la comitiva judicial y los lacayos de la propiedad nos estamos auto saboteando. El propio sistema nos integra dentro de sus dinámicas. EL juzgado y la administración ya cuentan con nuestra presencia, se acomodan a ella, incluso nos derivan casos para que los atendamos.
Libramos la batalla en los portales de nuestras casas cuando la patata debería estar dentro de los ayuntamientos, plenos y parlamentos. Con ello no decimos que debamos relegar la toma de decisiones políticas a las instituciones y sus órganos burocratizados, sino que la batalla debe librarse en sus casas, no en las nuestras. EL problema y el conflicto deberían tenerlo las instituciones, no nosotras.
Entonces… parar desahucios si, siempre, en todo caso. Pero que ello no se convierta en la única función de los movimientos sociales o corremos el riesgo de volvernos mascotas mansas y domesticadas que le son útiles a la administración para preservar la paz social.
O somos foco de conflicto[1] constante con la administración y la propiedad, sine die y sin tregua, con todas las herramientas útiles disponibles a nuestro alcance o corremos el riesgo de convertirnos en parodia de nosotras mismas.
[1] Intentando parafrasear a un admirado militante de la Federación Anarquista de Gran canarias y el Sindicato de Inquilinos, Ruyman.
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